viernes, 7 de septiembre de 2007

En defensa de las mentes infantiles

Yo fui de los afortunados que vivió en la epoca en que la educación pública no era tan malita como los es ahora.

De un tiempo para acá he ido viendo la brecha entre la educación pública y la privada, y me entristese ver como cada vez los más pequeños, van siendo presa de más de un artista que no tiene el más mínimo conocimiento para transmitir.

Comprato firmememnte la tesis del actual Ministro de Educación, de que, al mejor estilo de los griegos, uno debe prepararse para la vida, conociendo un poco de todo, artes, el deporte, la oratoria, las ciencias, y de eso cada vez veo menos.

Como dicen que la inteligencia emosional se demuestra no enojándose, los dejo con un triste cuento, que narra la historia de más de una de las nuevas mentes que fue truncada, por mal maestro.

Ojalá y nuestros jovenes crecieran con la mente libre de ataduras!!!



Había una vez, un niñ@ pequeñ@ que comenzó a ir a la escuela. Era bastante pequeñ@ y la escuela muy grande. Cuando descubrió que podía entrar en su aula desde la puerta que daba al exterior, estuvo feliz y la escuela no le pareció tan grande. Una mañana, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@-.
Le gustaba dibujar y podía hacer de todo: vacas, trenes, pollos, tigres, leones, barcos. Sacó entonces su caja de lápices y empezó a dibujar, pero la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, aún no es tiempo de empezar! Aún no he dicho lo que vamos a dibujar. Hoy vamos a dibujar flores.
- ¡Qué bien! -pensó el niñ@.
Le gustaba hacer flores y empezó a dibujar flores muy bellas con sus lápices violetas, naranjas y azules. Pero la maestr@ dijo:
- ¡Yo les enseñaré cómo, esperen un momento! - y, tomando una tiza, pintó una flor roja con un tallo verde. Ahora -dijo- pueden comenzar.
El niñ@ miró la flor que había hecho la maestr@ y la comparó con las que él había pintado. Le gustaban más las suyas, pero no lo dijo. Volteó la hoja y dibujó una flor roja con un tallo verde, tal como la maestr@ lo indicara.
Otro día, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a modelar con plastilina.
- ¡Qué bien! -pensó el niñ@.
Le gustaba la plastilina y podía hacer muchas cosas con ella: víboras, hombres de nieve, ratones, carros, camiones; y empezó a estirar y a amasar su bola de plastilina. Pero la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, aún no es tiempo de comenzar! Ahora -dijo- vamos a hacer un plato.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@-.
Le gustaba modelar platos y comenzó a hacerlos de todas formas y tamaños. Entonces la maestr@ dijo:
- ¡Esperen, yo les enseñaré cómo! - y les mostró cómo hacer un plato hondo-. Ahora ya pueden empezar.
El niño miró el plato que había modelado la maestr@ y luego los que él había modelado. Le gustaban más los suyos, pero no lo dijo. Sólo modeló otra vez la plastilina e hizo un plato hondo, como la maestr@ indicara.
Muy pronto, el pequeñ@ aprendió a esperar que le dijeran qué y cómo debía trabajar, y a hacer cosas iguales a la maestr@. No volvió a hacer nada él sólo.
Pasó el tiempo y, sucedió que, el niñ@ y su familia se mudaron a otra ciudad, donde el pequeñ@ tuvo que ir a otra escuela. Esta escuela era más grande y no había puertas al exterior a su aula. El primer día de clase, la maestr@ dijo:
- Hoy vamos a hacer un dibujo.
- ¡Qué bien!- pensó el pequeñ@, y esperó a que la maestr@ dijera lo que había que hacer; pero ella no dijo nada. Sólo caminaba por el aula, mirando lo que hacían los niñ@s. Cuando llegó a su lado, le dijo:
- ¿No quieres hacer un dibujo?
- Sí -contestó el pequeñ@-, pero, ¿qué hay que hacer?
- Puedes hacer lo que tú quieras - dijo la maestr@.
- ¿Con cualquier color?
- ¡Con cualquier color - respondió la maestr@-. Si tod@s hicieran el mismo dibujo y usaran los mismos colores, ¡cómo sabría yo lo que hizo cada cual!
El niñ@ no contestó nada y, bajando la cabeza, dibujó una flor roja con un tallo verde".

La autoria se las debo.

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